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miércoles, 13 de noviembre de 2013

SER PADRES UTILIZANDO LA COMUNICACIÓN NO VIOLENTA

El tema de este mes está relacionado con la comunicación NO violenta cuando se trata de educar a nuestros hijos.
En primer lugar, quiero llamarles la atención respecto al peligro de la palabra “niño”, dependiendo de la connotación con la que la utilicemos; es decir, existe una diferencia en términos del grado de respeto y compasión cuando pensamos en el niño o niña como nuestro “hijo/a”.
De la manera que hasta hace poco se enseñaba a concebir lo que significaba ser padre, se pensaba que la tarea de padre era hacer que el hijo se comportara bien.
Lo veis, una vez que uno se define como una autoridad, un padre o maestro, en la cultura en la que fuimos educados uno creía que su responsabilidad era hacer que las personas a las cuales uno les ponía la etiqueta de “niño” o “alumno” se debían de comportar de cierta manera.
Este objetivo, hoy en día conduce al fracaso, porque hemos aprendido que cada vez que nuestra meta es hacer que la otra persona se comporte de cierta manera, generalmente la gente se resiste (sea lo que sea que uno le esté pidiendo). Esto parece ser verdad, ya sea que la persona tenga dos o noventa y dos años.

PROTEGER LA AUTONOMÍA

Este objetivo de obtener lo que queremos de los demás o de hacer que hagan lo que queremos, amenaza la autonomía de las personas, su derecho a elegir lo que quieren hacer. Y cuando la gente siente que no es libre de elegir lo que quiere hacer, tiende a resistirse, aún cuando ve el propósito de lo que le pedimos.
Todo uso de fuerza coercitiva de nuestra parte invariablemente crearía resistencia de su parte, lo que nos llevaría a tener una conexión caracterizada por la animadversión. Y no nos gusta tener ese tipo de conexión con nuestros hijos, con las personas más próximas a nosotros y de los que somos responsables. Así pues, nuestros hijos, son las últimas personas con las que deberíamos entrar en ese juego en el que el castigo desempeña un papel importante.

NO CASTIGAR

            Este concepto de castigar suele ser recomendado por la mayoría de los padres. Un porcentaje muy elevado, cree que el castigo es algo justificado y necesario en la educación de los niños, pero es necesario que estas personas puedan llegar a ver cuáles son las limitaciones de cualquier tipo de castigo si tan sólo se hacen dos preguntas a sí mismas:
1ª.- ¿Qué es lo que quiero que mi hijo/a haga de manera diferente?. Haciéndonos esta pregunta, puede parecer que el castigo a veces da resultado porque, ciertamente, usando la amenaza del castigo o impartiéndolo, algunas veces podemos influir a un niño para que haga lo que queremos.
           

Pero, si añadimos esta otra cuestión
2ª.- ¿Cuáles queremos que sean las razones del niño para actuar tal como queremos que lo haga? Es esta pregunta la que nos va a ayudar a ver que los castigos no sólo no dan resultados, sino que además impiden que nuestros hijos hagan las cosas por las razones que quisiéramos.
            Ya que frecuentemente se usa el castigo y se justifica su uso, los padres sólo se pueden imaginar que lo opuesto de castigar es una cierta clase de permisividad en la que no hacemos nada cuando se comportan de maneras que no están en armonía con nuestros valores. Y, eso, tampoco es lo correcto.
                                                                           
TODOS GANAN

            Existe otro método fuera de no hacer nada o de utilizar tácticas coercitivas. Requiere tener conciencia de la sutil pero importante diferencia entre tener como objetivo el lograr que las personas hagan lo que queremos y tener claro que nuestro objetivo es crear el tipo de conexión necesaria para que las necesidades de todos sean satisfechas.
            Para que se establezca esta conexión, se requiere un cambio. Debemos dejar de evaluar a los niños en términos moralistas tales como correcto o incorrecto, bueno o malo y que adoptemos un lenguaje basado en las necesidades. Necesitamos ser capaces de decir a nuestros hijos si lo que están haciendo está en armonía con nuestras necesidades o en conflicto con ellas, pero hacerlo de una manera que no suscite en el niño culpa o vergüenza. Por ejemplo, en vez de decirle: ¡ No le peges a tu hermano!, podemos decirle:” Si te veo golpeando a tu hermano tengo miedo, porque quiero que todos estéis bien”.
            Este cambio en la manera de expresarnos, en el que dejamos de clasificar el comportamiento de los niños en términos de lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo y en vez de ello utilizamos un lenguaje basado en las necesidades, no es fácil para aquellos de nosotros a los que nuestros padres y maestros nos enseñaron a pensar en términos de juicios morales. También requiere la habilidad de estar conscientemente presentes con nuestros hijos y de escucharlos con empatía cuando están alterados. Esto no es fácil cuando, como padres, hemos sido entrenados para precipitarnos a aconsejar o a tratar de solucionar las cosas.

EMPATÍA                      

            Es la capacidad que tiene el ser humano para conectarse a otra persona y responder adecuadamente a las necesidades del otro, a compartir sus sentimientos, e ideas de tal manera que logra que el otro se sienta muy bien con él.
            Pero muchos padres, al definir su papel como algo que los obliga a tratar de hacer felices a sus hijos en todo momento, se precipitan a decir cosas, a dar consejos…
            Pero no se dan cuenta de que, cuando sienten dolor, todos los seres humanos necesitan que los escuchen y les den empatía. Tal vez deseen recibir consejos, pero los quieren después de haber recibido esta conexión empática.
             Muchas personas creen que es más humano utilizar los premios que los castigos. Pero, ambas cosas pueden considerarse como un uso del poder sobre los demás y la Comunicación No Violenta está basada en el uso del poder junto con los demás. Y en el uso del poder junto con los demás intentamos ejercer una influencia, pero no a través del sufrimiento que les podamos causar si no hacen lo que nosotros queremos, ni tampoco a través de la manera en que los podemos premiar si lo hacen. Es un poder basado en la confianza y el respeto mutuos, lo que hace que las personas se abran y estén dispuestas a escuchar y aprender y a dar de buena voluntad, motivadas por el deseo de contribuir al bienestar mutuo, en vez de hacerlo impulsadas por el miedo al castigo o por la esperanza de ser premiadas.
            A las personas les resulta mucho más natural conectarse de una manera cariñosa, respetuosa y hacer las cosas motivadas por la alegría que sienten por el otro, en lugar de usar los castigos y los premios o el juicio y la culpa como métodos de coerción. Pero esta transformación requiere una gran cantidad de conciencia y esfuerzo.

GUÍA

            Es preferible tomarse un tiempo y comunicarse con los hijos de la manera que está en armonía con nuestros propios principios; aunque, a menudo va a recibirse mucho más apoyo de aquellos que nos rodean cuando se castiga y juzga en vez de comportarnos de manera respetuosa con nuestros hijos.
            Han sido muchos los padres que, tratando de ser más compasivos en sus relaciones con sus hijos, en vez de obtener apoyo, han sido criticados. Muchas veces, esto se interpreta como permisividad y no como dar a los hijos la guía que necesitan. Es una guía que proviene de una confianza mutua, no de una persona que está imponiendo su autoridad sobre la otra.
             Uno de los resultados más desafortunados de tener como objetivo el lograr que nuestros hijos hagan lo que queremos en lugar de buscar que todos obtengamos lo que deseamos es que, con el tiempo, nuestros hijos oirán una exigencia cada vez que les solicitemos algo. Y, siempre que las personas oyen algo que les parece una exigencia, es difícil que presten atención al valor de lo que se les está solicitando porque, pone en peligro su autonomía y esa es una gran necesidad que todos tenemos. Las personas desean tener la libertad de hacer algo porque ellas lo deciden, no porque se las está obligando a hacerlo.
            Si los niños piensan que serán castigados o culpados de algo por no hacer lo que se les pide, percibirán las peticiones como exigencias. Esta percepción elimina el placer que podrían sentir al hacer las cosas.
            Debemos obligarnos a detenernos, observar nuestros pensamientos y ver si realmente queremos que hagan las cosas para satisfacer sus necesidades o las nuestras. Debemos lograr que las necesidades de todos sean satisfechas.

                                                                            
Marshall B. Rosenberg, basado en su libro "Resolver los conflictos con la comunicación no violenta. Psicología social" Editorial Acanto. Año 2011- Expuesto por Rosa Sampériz.

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